Niñas guatemaltecas en el asentamiento de refugiados de Los Lirios, Quintana Roo.

Cuatro décadas en México: el legado del exilio guatemalteco en Campeche y Quintana Roo

© ACNUR/Liba Taylor
Niñas guatemaltecas en el asentamiento de refugiados de Los Lirios, Quintana Roo.

Cuatro décadas en México: el legado del exilio guatemalteco en Campeche y Quintana Roo

Migrantes y refugiados

A partir de 1981, los estados del sureste mexicano observaron una oleada de personas que huían de la guerra civil en Guatemala y buscaban seguridad y protección en el país vecino. Esa llegada masiva marcó el inicio de las operaciones en México del organismo de la ONU para los refugiados. Los asentamientos establecidos en ese entonces hoy son parte de la vida y la sociedad mexicana en una historia ejemplar de integración.

La guerra civil en Guatemala a principios de los años 80 provocó que miles de guatemaltecos huyeran del país. A partir de 1981 inició el arribo masivo de refugiados guatemaltecos a México. Esto marcó el inicio de las operaciones en México del organismo de la ONU especializado en refugiados. Hoy, los asentamientos se han convertido en localidades completamente integradas a la vida mexicana.

Sonriente, Adelina Hernández Reyes espera bajo un enorme árbol a la orilla del parque central de Los Laureles, en el estado de Campeche, México. Sus ojos se iluminan cuando ve llegar la camioneta de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). “Pensé que ya no estaban en México. Qué bonito verlos de nuevo”, dice.

Adelina tenía once años cuando llegó con sus padres y siete hermanos a Boca de Chajul en Chiapas el 8 de diciembre de 1981 huyendo de la Guerra Civil que afectaba en ese momento a Guatemala y su pueblo natal, San Miguel Uspantán, en el departamento de Quiché. Su hermana se quedó porque ya estaba casada y vivía en la capital.

Adelina tenía 11 años cuando llegó con sus padres y sus siete hermanos a Boca de Chajul en Chiapas en diciembre de 1981 huyendo de la Guerra Civil en Guatemala. Hoy dirige su centro de acopio y vende miel.
ACNUR/Pierre-Marc René
Adelina tenía 11 años cuando llegó con sus padres y sus siete hermanos a Boca de Chajul en Chiapas en diciembre de 1981 huyendo de la Guerra Civil en Guatemala. Hoy dirige su centro de acopio y vende miel.

Su padre de origen quiché era campesino y en su parcela sembraba cardamomo y plátanos y tenía ganado; pero la represión militar los hizo huir. Primero, uno de sus hermanos decidió irse a la frontera con México y cruzó con uno de sus amigos. Después el resto de la familia siguió los mismos pasos.

“Nosotros nos vinimos cuando en algunos lugares ya habían masacrado fuerte. Salimos caminando, traíamos un caballito con algunas cosas y llegamos a México y fuimos bien recibidos”, cuenta.

Adelina, ahora de 51 años, todavía tiene esos recuerdos de la travesía muy marcados en la memoria. “Fue bastante fuerte lo que sucedió”.

La Guerra Civil en Guatemala a principios de los años 80 provocó que miles de guatemaltecos huyeran del país. A partir de 1981 inició el arribo masivo de refugiados guatemaltecos a México. Se estima que alrededor de 46,000 guatemaltecos se refugiaron en distintos asentamientos en el estado de Chiapas, en la frontera de México, particularmente en los municipios de Las Margaritas, La Independencia, La Trinitaria y Frontera Comalapa.

También se tiene reporte de personas que llegaron a los municipios de Maravilla Tenejapa, Marqués de Comilla y Benemérito de Las Américas.

Esta situación marcó el inicio de las operaciones en México de ACNUR y de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) a finales de 1982. En 1984, un 50% de los refugiados fueron reubicados en los estados de Campeche y Quintana Roo, donde se crearon varios asentamientos en Maya Tecún y Quetzal Edzná, en Campeche; así como Los Lirios, en Quintana Roo.

Más tarde se crearon los asentamientos de Santo Domingo Kesté y Los Laureles, en Campeche, mientras que en Quintana Roo desapareció el asentamiento en Los Lirios y las personas fueron reubicadas en Kuchumatán, Maya Balam y La Laguna. Estos asentamientos ya son hoy en día poblados formales integrados a la vida social, política y económica de esos estados.  

En 1987 comenzaron las repatriaciones hacia Guatemala, aunque fue hasta los Acuerdos de Paz firmados entre 1991 y 1996 que se realizaron los retornos masivos a Guatemala.

Isabel Cano Juan prepara la comida en la cocina de su casa en Maya Balam, Quintana Roo, donde su familia se estableció hace 36 años. Continúa hablando su idioma y trabaja en la preservación de sus tradiciones.
ACNUR/Pierre-Marc René

Quedarse en México

Sin embargo, muchos refugiados decidieron quedarse en México y se buscó su integración en el país mediante la naturalización y diferentes tipos de apoyos para lograr su inclusión socioeconómica en el país.

“El modelo de dos soluciones duraderas de ACNUR fue único en el mundo. Tenían la opción de la repatriación y la de integración. Aquí había grupos muy definidos que ya habían decidido quedarse en México bajo las condiciones que fueran”, indica Marlen Pozos Lanz, quien trabajó en ACNUR de 1987 a 2000 en la oficina entonces ubicada en Campeche.

En Campeche, alrededor de 4000 de los 12.000 refugiados reubicados optaron por quedarse. En Quintana Roo, se quedaron aproximadamente la mitad de los 7500 guatemaltecos instalados en los asentamientos. Quienes se quedaron pudieron naturalizarse como mexicanos. Muchos de los que regresaron a Guatemala, particularmente los que nacieron en México, decidieron después volver a Campeche y Quintana Roo por las mejores condiciones de vida que había en el país.

Al igual que Adelina en Los Laureles, Pablo Lorenzo Bernabé decidió quedarse en Maya Balam, en el estado de Quintana Roo, donde vive desde hace 39 años tras huir de su casa en el departamento de Huehuetenango cuando apenas tenía 15 años. En Chiapas, conoció a su ahora esposa, quien también huyó de Guatemala, antes de reubicarse en Maya Balam, donde fundaron su familia.

“Mis padres, mis hermanos, mis tíos, todos huyeron por el miedo que hubo de que [los militares] nos secuestraran, que nos torturan o nos mataran. Y lo más lamentable ahí es que nos dimos cuenta de que venían caminando y quemando casas y entonces nosotros tuvimos que huir ya no en caminos, sino que tuvimos que ir por el monte, por la montaña, donde hubiera cobijo bajo los árboles ,y realmente ahí ni alimentación había. Pero por la voluntad de Dios aquí vivimos”, relata.

Personas refugiadas suben a un avión Hércules financiado por ACNUR para el retorno voluntario a Guatemala desde el aeropuerto de Campeche.
© ACNUR/A.Serrano
Personas refugiadas suben a un avión Hércules financiado por ACNUR para el retorno voluntario a Guatemala desde el aeropuerto de Campeche.

Integración definitiva

Desde la reubicación en Campeche y Quintana Roo en 1984, el Gobierno, con el apoyo de COMAR y el ACNUR, había desarrollado diferentes proyectos para apoyar a las personas refugiadas.

Los asentamientos se crearon en zonas deshabitadas donde la misma población refugiada construyó sus casas en lotes donados por ACNUR. Por ejemplo, en Santo Domingo Kesté, Campeche, se compró, a través de un fideicomiso, un rancho particular que contaba con un área de producción de frutales y un racho ganadero.

“Al inicio del proyecto lo que se hizo fue organizar a la población para que los que quisieran y tuvieran vocación ganadera pudieran hacer este uso y producción del rancho. Y se les ofreció a las mujeres la producción de frutales”, comenta Marlen Pozos Lanz.

El fondo de apoyo recuperable creado por ACNUR permitió también que se financiara a los agricultores con créditos para producir las tierras y ellos, al final de la cosecha se obligaban a recuperar ese dinero.

“Lo que sucedió con este fondo es que, dada la dinámica de desarrollo que había, tanto en Kesté como en Los Laureles, nos obligó a tecnificar el campo y entonces se crearon las unidades de riego. En el caso de aquí se hicieron las sociedades que también vía crédito funcionaban”, explica Marlen.

“Comenzamos a producir ocra para su exportación; en el caso de Kesté la exportación de sandía hacia Estados Unidos fue grande. Hoy no sé si siguen funcionando las unidades de riego, pero en su momento fueron un factor importantísimo para el desarrollo y despegue de este poblado”, agrega.

Más adelante, hacia finales de los 90 se crearon las cajas comunales de crédito para financiar el emprendimiento en los sectores agrícolas, apícolas, porcícolas y ganadería, entre otros.

A través de los créditos de las cajas comunales, Adelina pudo financiar su centro de acopio de miel impulsado en su momento por su esposo, quien falleció hace unos años. Pablo desarrolló su producción agrícola, mientras que Rosa González Ventura, proveniente de Chinique de las Flores, en el departamento de Quiché, pudo impulsar con el tiempo su pequeña papelería, además de la producción de frutales.

Para generar fuentes de empleos, ACNUR creó diferentes proyectos productivos manejados por la comunidad refugiada como esta granja porcina ubicada en el ahora poblado de Maya Balam, Quintana Roo.
© ACNUR/Liba Taylor
Para generar fuentes de empleos, ACNUR creó diferentes proyectos productivos manejados por la comunidad refugiada como esta granja porcina ubicada en el ahora poblado de Maya Balam, Quintana Roo.

Transformación de asentamientos en poblados formales

Rosa es una de las fundadoras del poblado de Santo Domingo Kesté. Ella y su esposo decidieron moverse del asentamiento instalado en Maya Tecún en 1989, cuando se ofreció donar una hectárea y media de terreno a las personas en el rancho de Santo Domingo Kesté para sembrar milpa y otros productos.

La población se organizó para construir el poblado desde el inicio, pues el terreno era puro monte.

“No había calle, no había nada, simplemente estaban delimitados los solares cuando nos lo entregaron, nada más. A través de un plano nos dijeron que marcara el solar que nosotros queríamos, pero no conocíamos físicamente, nada más el solar. Así que yo marqué en donde estamos ahorita y nos quedamos aquí y empezamos con el desarrollo de la comunidad”, relata.

Su esposo fue parte del grupo que instaló el sistema de agua en el poblado para conectar con el pozo municipal. Las calles aparecieron poco a poco, las casas de madera han ido desapareciendo o se han transformado para ahora ser de concreto. Una escuela, un parque y negocios se han construido para formar un pueblo que ahora es parte de la vida social, política y económica del estado de Campeche.

Algo similar sucedió con los asentamientos instalados en Quintana Roo, pues eran en un inicio campos vírgenes, donde hubo que construir todo.

“Era puro monte, pero después empezaron a construir, nos dieron la casa y empezaron a hacer excavación para la tubería y para el agua, teníamos que medir el agua porque al principio nos daban cinco cubetas”, comenta desde su casa en Kuchumatán, Juana Marcos Francisco, originaria de Huehuetenango.

Al recorrer los asentamientos luego más de 20 años de haber dejado la región después del cierre de la oficina de ACNUR en Campeche en 2000, la ahora representante adjunta de esta agencia en México, Renée Cuijpers, se dijo “gratamente sorprendida” de los logros obtenidos desde esa época.

“Hoy en día lo que vemos son personas que ya son naturalizadas como mexicanas, obviamente también ya hay una segunda y tercera generación que nació aquí e inclusive, lo que en su momento eran los asentamientos, ya son poblados mexicanos totalmente incorporados dentro de la estructura política, económica, administrativa también del Estado y de los municipios”, expresa.

“Yo estoy agradecida con COMAR, con ACNUR, con los gobiernos pasados mexicanos. Muy agradecida. Muy cobijados. Cuando se fue el último retorno, bueno, en uno de los retornos le preguntaron al gobierno ¿qué pasará si nos vamos para Guatemala y no nos gusta Guatemala, qué vamos a hacer? Si puedes llegar, aquí eres bien recibido, respondió. ¡Qué más queremos! ¿Quién le va a decir eso a uno? De eso estuvimos muy contentos y estamos muy agradecidos”, concluye Adelina.


Reportaje de Pierre-Marc René, ACNUR México