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Cerca de 6,1 millones de personas han tenido que desplazarse dentro de Siria y muchos de ellos han escapado hasta siete veces para sobrevivir. Durante la huida, muchos dejan atrás a sus familias. En la imagen, un vehículo transporta a niños y adultos que huyen de las zonas rurales controladas por ISIS desde Al Raqqa hasta Ain Issa.
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Alrededor de 5,5 millones viven como refugiados en los países vecinos. Se estima que, de los que residen en Líbano, Turquía o Jordania, dos millones son niños. En la fotografía, Imán, una niña de dieciocho meses, espera fuera de su tienda en el campamento de Saadnayel, un asentamiento informal donde se alojan los refugiados sirios que llegan al valle de Bekaa, en Líbano.
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La escalada de la violencia ha obligado a la población a huir con poco o incluso nada. Las familias luchan por comprar bienes básicos, como ropa de abrigo, bufandas, guantes y zapatos para proteger a sus hijos del frío. En la imagen, tres niñas refugiadas se resguardan bajo una manta de emergencia tras llegar a las costas de Lesbos, en Grecia.
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Las barricadas y las armas químicas han asfixiado a cientos de niños. Aunque no ha sido posible salvar a los 27.000 que han muerto, todavía quedan muchas vidas por proteger. En la fotografía, Esraa y Waleed, dos hermanos de cuatro y tres años, se abrazan sentados cerca de un refugio para desplazados internos en Alepo.
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En 2017, más de 360 niños resultaron heridos y muchos quedaron discapacitados. Unos 3,3 millones de niños dentro de Siria están expuestos a artefactos explosivos y más de 1,5 millones de personas viven con discapacidades como consecuencia de la guerra. En la imagen, un hombre lleva a su hijo en la maleta hacia Hamourieh, donde se ha abierto una salida de evacuación desde Guta.
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El agua se ha convertido en un arma de guerra. De forma recurrente, las infraestructuras para el suministro de agua potable han sido atacadas o inutilizadas y se calcula que 14,6 millones de personas carecen de acceso a este bien imprescindible. En las zonas más afectadas, solo está disponible un tercio de los niveles de agua que había antes de la crisis.
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La situación de las personas que viven en alojamientos colectivos resulta alarmante, especialmente en las escuelas en las que muchos se han refugiado. A menudo viven bajo condiciones insalubres debido a la falta de baños, duchas, artículos de higiene como jabón, y al acceso racionado al agua. Fotografía de una madre mientras lava a su hija de veintiséis meses en el campamento de Mark Khokh, Líbano.
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Solo la mitad de los hospitales siguen operativos. La cobertura de inmunización se ha reducido a la mitad: de un 90 % antes de la guerra a un 70 % ahora, lo que pone en riesgo la salud de millones de niños. En la imagen, vacunan a un bebé en el centro médico de Salamieh, en Hama, al norte de Homs.
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Más de 2,4 millones de niños sirios no pueden ir a la escuela y se estima que uno de cada tres centros educativos está destruido, dañado o se utiliza como refugio. Fotografía de dos niñas que hacen los deberes fuera de su tienda, en el campamento para refugiados sirios Kawergosk, al oeste de Erbil, la capital de la Región Autónoma Kurda.
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El desempleo prolongado, los desplazamientos y el aumento de los precios han provocado que el 85 % de los sirios vivan por debajo del umbral de pobreza. Los niños tienen que trabajar en más del 75 % de los hogares y, en algunos casos, su sueldo es el único recurso para las familias. En la fotografía, Ayman, que sueña con convertirse en ingeniero, trabaja en el puesto de venta de aceite de su padre, en la localidad sitiada de Guta Oriental.
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Tras siete años de conflicto, la situación continúa y los niños se ven envueltos en la espiral de desplazamientos, hambre, pobreza, falta de recursos y pérdidas humanas. Los hijos de la guerra han perdido su infancia, pero sueñan con poder reconstruir el futuro de su país. En la imagen, tres vehículos de UNICEF circulan por la derruida ciudad de Homs, en Siria.
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Pese a la tragedia que viven a diario y los inconmensurables obstáculos para la entrega de ayuda humanitaria, las Naciones Unidas y sus agencias, como UNICEF, tratan de aliviar el sufrimiento de estos niños que no han conocido otra forma de vivir que no sea la guerra. A veces, esa ayuda, además de garantizar un refugio o un plato de comida, consigue hasta dibujarles una sonrisa.